Debajo del pavimento de esta Zaragoza Pilarica que hoy recorremos esta la Sarakusta de los moros y más hondo aun, la Cesaraugusta romana, los tres cimientos que el Ebro lame, paciente, cuando atraviesa la caudalosa ciudad.
Si procedemos cronológicamente el visitante debe comenzar por las murallas y el teatro romano, debe seguir por el palacio de la Aljaferia y seguirá por las iglesias mudéjares. En el remate deberá incluir la obligada visita a la basílica barroca del Pilar, donde podrá besar la columna sobre la que apareció la diminuta Virgen Pilarica al apóstol Santiago, el evangelizador de España que, según la moderna critica, jamás piso la Península, lo que refuerza aún más si cabe la calidad del milagro.
En Zaragoza el visitante puede empacharse de arte y cultura o puede concediéndose un descanso, simplemente vagar por las calles y plazas que conforman su centro histórico, por el paseo de la Independencia, por la plaza de San Francisco, por el paseo de Sagasta, por el parque Primo de Rivera, por sus avenidas arboladas, por las terrazas soleadas de sus zonas peatonales y por esos rincones alejados del trasiego de la moderna ciudad en los que la vida discurre con mayor calma.